Pa' Vivir una Ultima Vez

"No te vayas."

"Pero es tarde, mañana debería despertarme temprano."

"¿Y si morimos mañana? Si fuera tú, la última cosa que me gustaría hacer sería bailar. Dejemos el sueño a los muertos."

"Está bien."


Hace 1 semana y 1 día, regresé borracho y drogado a casa.

Eran las 8 de la mañana de un domingo. Una hora antes, había terminado de tener sexo con una chica con la que empecé a salir hace unas semanas. Al finalizar, a pesar de mis deseos de dormir acurrucados, me comentó que ella no podía dormir en la misma cama con otra persona.

A regañadientes, acepté su partida esa mañana. La energía y la adrenalina se mantenían en mi cuerpo.

Para apaciguar mi cuerpo y mi corazón, decidí encender un porro de marihuana y ver qué había de bueno en la televisión. 

  • Reality shows donde 12 adultos con las hormonas alborotadas perdían su humanidad a cambio de sexo y fiestas. 
  • Un pastor cristiano que decía que toda su audiencia había sido pecadora, y que la única salvación a su infierno era donar al menos $10 a su cuenta bancaria. 
  • Las noticias decían que la guerra en Medio Oriente se había intensificado, y luego mostraban el video de un pequeño cachorro jugando voleibol.

La misma mierda de siempre.

Me quedé dormido frente a la TV.

Un par de horas después, me despertó la canción final de mi show favorito.

"A heart that's full up like a landfill
Bruises that won't heal
You look so tired, unhappy
Bring down the government
They don't, they don't speak for us
A job that slowly kills you."

Cuando terminé de murmurar la melodía, un comercial empezó:

"¿No sabe cómo va a morir?
¿Tiene miedo de averiguarlo?
Sea usted el dueño de su destino y decida cómo, cuándo y dónde pasar su último día.
Termine su tiempo en la Tierra con dignidad y sólo como USTED desea.
¡Visite nuestra página web y conozca más sobre 'El Último Adiós'!"

Alguna farmacéutica gigante había inventado lo que quizás es el remedio más importante de nuestro siglo.

Para aquellos que están cansados de vivir.

Personas que no quieren vivir nuevamente los vaivenes emocionales de nuestra humanidad.

Para los enfermos de cuerpo.

Pero también para las almas que no soportan más la decepción de no ver sus fantasías satisfechas.

Para los que viven la felicidad como una droga, cuyo efecto secundario es la depresión más profunda.

Para ellos, que no pueden vivir un día más con las incertidumbres de la vida.

Para nosotros, fue creado este remedio mágico a nuestros males.

No solo para dar fin a mi vida.

Sino también para decidir mi manera de decir adiós.


"El Último Adiós"

Fui a la farmacia para aprender más sobre este tratamiento definitivo.

Se trata de una pastilla que, con una dosis, pondría fin a la vida de quien la tomara en exactamente una semana.

"Una vez tome esta pastilla, tendrá exactamente 168 horas para arreglar sus asuntos, despedirse de sus seres queridos y vivir la vida al máximo. Como si se tratara de su último adiós, porque, en realidad, lo será."

Dijo con cierta indiferencia la farmacéutica que me atendió.

El precio me parecía bajo para su grandioso efecto.

Decidí comprarla.

Uno diría que, luego de adquirir un producto con tales efectos, debería pensar cuidadosamente cuándo tomar dicho remedio.

Eran las 6 de la tarde de un domingo.

El sol comenzaba a ponerse detrás de las montañas.

Como todas las decisiones impulsivas, decidí tomar la pastilla con una botella de vino sentado frente a un mirador donde podía ver mi ciudad en todo su esplendor.

Podía escuchar las cornetas de los autos que pertenecen a gente que vive como si fueran a vivir eternamente.

Cuyos días pasan uno igual al otro, en la rutina de las presiones laborales, los matrimonios fallidos y la eterna sensación de que sus vidas pudieron ser mucho más.

Cierto alivio llegó a mi cuerpo cuando pensé en ellos. Pues una vez ingerida la pastilla del Último Adiós, no tendría que pensar en el mañana. Y aprovecharía cada segundo de esas 168 horas sin restringir mis emociones, mis deseos y mi espíritu.

Y mi mente y mi cuerpo vivirían como si fuera la última vez.

Porque realmente lo sería.


Las razones por las que tomé una decisión tan drástica pueden parecer banales e incluso minúsculas al lado de personas con problemas mayores.

  • Mohamed en Siria no abandonaba sus ganas de vivir a pesar de haber perdido su casa y gran parte de su familia.
  • Ana en Chile atravesaba una de sus mayores decepciones espirituales después de divorciarse de su esposo de 12 años, a quien encontró con su mejor amiga en su propia habitación. A pesar de eso, su corazón sabía que la soledad era mejor que una relación fallida.
  • Haruto en Japón acababa de ser despedido de la empresa en la que trabajó por 20 años. Compañía por la cual había renunciado a sus vacaciones y no había podido observar el crecimiento de sus 3 hijos. Precisamente este hombre ahora apreciaba más el tiempo con sus seres queridos, ahora que se encontraba sin trabajo, y decidió mudarse a algún país sudamericano con ellos donde el salario es bajo pero la alegría de vivir parece infinita a pesar de las circunstancias.
A pesar de no tener ninguna conexión entre ellos, estas personas, así como la mayoría de los miles de millones de humanos que habitan nuestro planeta, poseían una fortaleza de espíritu que les permitía afrontar las desdichas de la vida con la esperanza del mañana.

Y es allí donde yo mismo me admito débil e incapaz.

De alguna manera, el cúmulo de esperanzas y desilusiones que cargaba conmigo se hizo intolerable.

Cuando la felicidad llegaba a mi vida, la ansiedad del descenso y el miedo a la depresión se hacían más fuertes.

La desconfianza en mi destino poseía mi alma.

Fueron muchas las ocasiones donde fui despedido del trabajo de mis sueños.

Desterrado del país donde nací y por el que peleé tanto por su libertad.

Las promesas de amores que terminaron siendo desconocidos sobre los que prefería no pensar más nunca.

Incluso cuando todo parecía ir bien en mi vida, en el amor, en lo laboral y en lo personal, la sensación inminente de tristeza y depresión opacaba mi perspectiva y me alejaba de todo lo que tanto había soñado.

Y si las cosas tenían pinta de ser el comienzo de la estabilidad que siempre había buscado, las inseguridades creadas por mis experiencias pasadas me hacían correr y huir de las cosas que siempre había querido.

Mi espíritu estaba enfermo, y por más maneras diferentes que probé, ninguna parecía ser la solución definitiva para mis delirios.

Así que decidí vivir una última vez.

A mi manera.

Sin miedo al futuro, pues la ansiedad del potencial fracaso del mañana no me jodería los últimos días de mi existencia en este planeta.

Bailaría como si nadie me estuviera viendo.
Cantaría como si nadie me estuviera escuchando.
Escribiría, como si mi espíritu no sintiera más vergüenza de lo que siente y cómo lo expresa.
Amaría, como si ese fuese mi único propósito en este planeta.

Viviría, como si no tuviera otra oportunidad de hacerlo.


Las últimas horas de ese domingo en que tomé la pastilla las pasé con un buen amigo hablando de fútbol y sobre las chicas que habíamos conocido ese fin de semana.

Un domingo cualquiera, que, ahora que había tomado la pastilla, me daba cuenta de que no había sabido apreciar como debería.

No informé a nadie de mi decisión, pues no quería que la pastilla fuera tomada como excusa cada vez que dijera a mis amigos y amantes cuán importantes eran para mí y cuán especiales eran cada uno a su manera.

Sin dar muchos detalles, me gustaría mencionar las cosas que hice en los últimos días de mi vida. ¿Quién sabe? Quizás esto pueda servir como guía para alguien que, en el futuro, tome una decisión tan valiente y definitiva como la mía:

Lunes: Pasé este día tratando de vivir mi rutina diaria, saboreando esos pequeños momentos de felicidad que se experimentan en lo mundano. Compartí un café con mis amigos antes del trabajo. Ofrecí el mejor servicio al cliente que pude en mi oficina, recibiendo muchos elogios de los clientes de la compañía. Entregué mi carta de renuncia y agradecí a la empresa por su confianza, pero era momento de "buscar algo diferente en otros horizontes".

Martes: Descansé en un parque buena parte del día. Escuché a mis artistas favoritos con el teléfono y mis audífonos, mientras fumaba un buen porro para después comer mi pizza y mi helado favorito. También llevé mi guitarra y empecé a tocar mis propias creaciones. Y, a pesar de que mi voz nunca fue tan buena como mi habilidad con las cuerdas, canté imaginando ser Elvis Presley, Sinatra y todos esos artistas que tanto me habían alegrado en los días más oscuros.

Miércoles: Salí a las 5 de la mañana de mi casa. Llegué a la base de la montaña más alta de mi ciudad. Subí solo a su cumbre y dejé escapar un grito desde la punta de la montaña. En mi soledad, empecé a llorar por todas las desgracias que habían forzado a mi corazón a tomar tan drástica decisión. Luego, como si mi espíritu recordara la oportunidad que tenía de vivir con intensidad sus últimos momentos, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Empecé a reír como un maniático, pues ya no sentía ganas de reprimir, en el silencio de la decencia, lo que mi corazón sentía.

Jueves: Visité las casas de cada una de las chicas que había amado para darles una rosa, un beso, compartir un café y, con algunas de ellas, un último momento de lujuria. Cuando terminó el día, me sentí afortunado de haber tenido la oportunidad de sembrar tanto amor en el tiempo que estuve vivo. Con las manos de cada una de ellas entre las mías, dije "te amo" unas nueve veces ese día. En algunas ocasiones, ellas me miraron con tristeza por no poder decir lo mismo. Sin embargo, otras me sorprendieron cuando me dijeron que sentían lo mismo, pero no tenían la valentía de decirlo. Y viví las fantasías que produce el corazón en la mente durante todo este jueves. Amé. Me sentí amado. Fue bueno saber que sería un bonito recuerdo para algunas personas en este planeta.

Viernes: Para muchos, este día debería de ser planeado con mayor cautela. ¡Un último viernes en vida no se puede desperdiciar! Sin embargo, los viernes siempre fueron el comienzo de mis mayores desbalances emocionales. A pesar de ello, hice lo que más disfrutaba hacer en esos días: bailar. Y bailando conocí a Joelle, una chica que había conocido hace unas semanas en algún bar, pero cuya belleza me había intimidado e impedido invitar a bailar. ¡Pero qué importa ahora! La invité a bailar y ella, emocionada y quizás bajo los efectos de un poco de tequila y cervezas, aceptó. Bailamos toda la noche, nos despedimos con un beso y regresé a casa feliz y con el corazón tranquilo.

Sábado: Como toda la semana, no tenía planes para lo que serían los últimos dos días de mi vida. Para mi sorpresa, cuando desperté a la 1 de la tarde, tenía un mensaje de Joelle: "Me encanta tu vibra, guapo. ¿Quieres ir a bailar hoy en la noche, cariñito?". Acordamos vernos a las 10 de la noche en el bar más viejo y famoso de mi ciudad. Escribí a mis amigos sobre mi emoción por esta cita, como lo había hecho tantas veces durante los pasados años, aunque días o semanas después también les escribía con el corazón desgarrado, contándoles que me encontraba en la mierda por el fin que yo mismo había causado a ese potencial amor. Sin embargo, estaba emocionado por vivir esta última noche de amor, pues en esta ocasión estaría libre de la ansiedad de la decepción, al tratarse de mi última noche en este planeta.

Ese sábado, antes de mi cita, invité a mis amigos a una cena en nuestro restaurante favorito. Invité a 16, pero solo 7 asistieron, pues el resto estaba ocupado con sus familias, sus amores o los problemas y las preocupaciones del día a día. Brindamos con especial entusiasmo. Reímos de nuestros recuerdos:

  • Como aquella vez en la que Jonathan se cayó frente a la mujer que tanto deseaba.
  • O ese día en el que María fue seleccionada para trabajar en una empresa súper importante, a pesar de que ella mintió en su currículo. Cuatro años después y ella todavía trabajaba allí.
  • O la vez que Jesús ganó la lotería y se dio una vida de millonario por un año. Ahora trabajaba otra vez como profesor de matemáticas en la universidad, sin lamentarse, pues él supo lo que es vivir la vida al máximo y, aún más importante, los beneficios de tener una vida austera y en calma.

Se me pasó el tiempo conversando con los hermanos que me había dado la vida.

Regresé a casa a las 9 de la noche, justo a tiempo para prepararme para la cita definitiva.

Me vestí con mi mejor atuendo.

Usé mi mejor perfume.

Tenía una cita con el amor y con el destino.

Renté un auto de lujo. Busqué a Joelle en su casa. Nunca había visto una mujer tan hermosa en mi vida.

Entramos al bar, y bailamos todas las canciones que allí sonaron.

Incluso aquellas que no sabíamos bailar.

Tomamos el mejor vino disponible.

Un poco de alcohol cayó sobre la ropa de Joelle, manchando de rojo su blanco vestido. Ella insistía en irse, pues le daba vergüenza lucir desarreglada y sucia frente a los pretenciosos que nos rodeaban.

"No te vayas."

"Pero es tarde, mañana debería despertar temprano para limpiar la casa y preparar mi semana."

"¿Y si morimos mañana? Si fuera yo, la última cosa que me gustaría sería bailar. Dejemos el sueño a los muertos."

"Está bien", dijo ella con una sonrisa pícara que ocultaba la alegría que sentía cuando admití con mis palabras, de manera sutil, que no quería otra cosa en el mundo que pasar el resto de la noche con ella, la que para mí era la mujer más hermosa del mundo en esa noche.

Se hicieron las 4 de la mañana. Tomados de la mano, entramos a un hotel muy bonito.

Nuestra habitación tenía piscina, un pequeño sauna y juegos de luces led en el techo que iluminarían nuestro espacio del color que quisiéramos.

Sin embargo, nada de esto fue necesario.

Nos amamos esa noche como si nos hubiéramos amado toda la vida.

Como si no tuviéramos miedo de admitir cuán especial era nuestra conexión, por espontánea que fuera.

Por unas horas, el caos del mundo no existía.

El dolor de nuestro pasado fue silenciado por la paz de dos corazones que, en un momento, encontraron paz y calma entre extraños que lo único que tenían claro era cuán seguros se sentían juntos en ese preciso momento.


Lo único que había tenido siempre presente en mi mente, incluso antes de tomar la pastilla, era cómo y dónde me gustaría pasar las últimas horas de mi vida.

A las 10 de la mañana, decidí salir del hotel con rumbo a la playa más cercana a mi ciudad, a unas 4 horas de distancia.

Antes de partir, me quité uno de mis brazaletes, y lo dejé dentro de una pequeña bolsa de regalo con chocolates, una rosa y una nota para Joelle. Mis últimas palabras para ella las resumí en una frase:

"No sabes lo feliz que me has hecho."

Me fui sin despedirme.

Tomé el bus, y en el camino admiré la belleza de nuestro mundo.

Y pensé en las cosas que damos por sentado y que quizás son la envidia de la vida extraterrestre de otros planetas, que lamenta cómo la humanidad hace de todo por destruir la belleza de nuestro mundo en pro del "progreso y el desarrollo".

A las 3 de la tarde llegué a mi destino, un poco más tarde de lo esperado. En otro momento habría lamentado perder una hora en el camino. Pero ahora había exprimido incluso cada segundo en ese bus, que me había servido como cápsula para reflexionar en los hermosos momentos que había vivido, no solo esa semana, sino durante mi vida entera.

Y en esta situación, quizás muchos desearían que existiera un antídoto para revertir los efectos de "El último adiós".

Sin embargo, yo me mantenía feliz con mi decisión.

Pues la perspectiva que me había dado este remedio, al saber que esta sería la última semana de mi vida, era algo que nunca había podido lograr, ya que me nublaban mis miedos y traumas del pasado.

Y se los juro que lo intenté.

Pero eso ya no importa, pues en retrospectiva solo habría podido apreciar lo feliz que fui a ratos con la idea del fin en mi mente.

Pagué al hombre de la lancha para que me llevara a una isla que siempre había querido visitar, a unos 30 minutos de distancia. Eran las 3:30 de la tarde.

Llegamos a mi último destino a las 4.

Como era domingo, muchas familias se encontraban disfrutando del único día de respiro que nos brinda este mundo materialista y superficial. En este día, hombres, mujeres y niños jugaban, corrían y reían, ignorando las tareas del colegio, las presiones de sus jefes y las preocupaciones mundanas de una vida que, a pesar de ser finita, vivimos como si fuéramos eternos.

Busqué un lugar estratégico para recostarme, donde mi cuerpo se fuera apagando al mismo tiempo que el sol despedía otro día para las hormiguitas que viven en este mundo. Nosotros, hormiguitas, que vivimos afectados por nuestras emociones, esas que nos hacen sufrir y que también nos dan razón de existir. Esas que nos hacen humanos y que algunos saben manejar e incluso disfrutar a pesar de las caídas.

Esas emociones que yo nunca pude controlar.

Son las 5:50 de la tarde.

Aquí todos se despiden de la isla, preocupados por las desventajas de tener un mañana. Quizás algunos incluso están emocionados por lo que traerá su porvenir.

Pero ahora, a las 5:55 de la tarde, solo quiero sentir cómo se enfría la arena en mi espalda.

La paz de las olas que se crecen emocionadas por la llegada de la luna.

Y el aire puro de un mundo en el que tenemos (y tuve) la suerte de vivir.

Adiós.












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